El estado de estrés crónico, que padecen muchos de los líderes y altos mandos de las organizaciones, representa un déficit crónico en la calidad de su pensamiento y un estrechamiento gradual de su visión.
Esto los lleva a funcionar de modo lineal, colapsa la red, y destruye las condiciones para pensar y crear. Y además, a la manera de un círculo vicioso, el funcionamiento lineal conlleva mayor estrés.
En los períodos de estrés, el cuerpo está al límite del agotamiento y la mente al límite de su funcionamiento. Las emociones también están al límite. Por eso, algunos se preguntan por qué les surgen reacciones de irritabilidad y violencia ante situaciones aparentemente insignificantes.
Y esto no solo en la oficina, sino también en la vida familiar y social.
Adrenalina, la hormona del miedo
Creemos que adrenalina es energía, excitación, motivación. En realidad, la adrenalina es la hormona de la lucha, y es por lo tanto una respuesta física ante situaciones que producen miedo.
La percepción de un peligro genera el envío de adrenalina al torrente sanguíneo, operando como un “saque” de estimulantes, que permite una rápida reacción y prepara para el ataque y la defensa.
En el estado de estrés agudo, esa adrenalina produce una redistribución de los volúmenes sanguíneos: disminución en la piel y en otros órganos y aumento en el corazón, cerebro y músculos.
La adrenalina es como una “droga” interna de emergencia, que no debe activarse en forma permanente, ya que lleva al estrés crónico.
Entre otras consecuencias, su “uso” por largos períodos produce problemas digestivos y el llamado síndrome metabólico, con hipertensión arterial (riesgo de infarto cardíaco y cerebral), aumento del colesterol, acumulación de grasa en el abdomen, disminución de la potencia sexual y trastornos en la alimentación. También, deterioro del cerebro y déficit inmunológico.
Aparecen complicaciones del sueño: insomnio o “desmayarse de sueño” por agotamiento. No hay verdadero descanso ni relajación durante el dormir.
En los últimos años, un grupo de investigadores de la Universidad de Yale descubrió que el estrés activa la producción de la enzima PKC, que genera un déficit en el pensamiento, en la capacidad de planificación, y en el juicio y la memoria. Esta enzima genera también impulsividad, desconexión de la realidad y alternancia entre estados de euforia y depresión.
En el nivel cerebral, el exceso de adrenalina destruye las conexiones entre las neuronas, y esto se refleja en el pensamiento, reduciendo la conectividad entre las ideas.
Estos nuevos estudios demuestran que en situaciones de estrés se pierde la perspectiva, se toman decisiones por miedo o desesperación, se evitan o se niegan datos perturbadores. Y aparecen también los llamados ataques de pánico por vivencias de desamparo y despersonalización.
Además, al desacelerar, la falta de adrenalina genera sentimientos de agotamiento, vacío y depresión. Y para mantener un alto rendimiento, se comienzan a usar otro tipo de estimulantes: comer y beber en exceso, consumir tabaco, psicofármacos, y en algunos casos drogas, deportes de riesgo o juegos de azar. Cualquier estímulo que active o reemplace la producción de adrenalina.
La adicción a la adrenalina
Si preguntamos al director de una empresa si estaría dispuesto a autorizar a sus gerentes a consumir varias dosis diarias de cocaína para mejorar su rendimiento, se mostraría escandalizado. Sin embargo, no parece inquietarse al ver a su gente trabajando cotidianamente bajo los efectos igualmente nefastos de la adicción a la adrenalina.
Cada vez que usamos estimulantes internos o externos en vez de tejer la trama humana, esta se va reduciendo, con lo cual cada vez hacen falta más estímulos para funcionar, con la amenaza permanente (que puede llegar a ser real) de un derrumbe físico o mental. Y finalmente nos volvemos adictos a los estímulos.
Adrenalina o estimulantes externos, el resultado es que el individuo terminará demasiado tenso o acelerado, “duro”. El problema es que si recurre a tranquilizantes, estos disminuirán su agilidad mental y su capacidad de reacción ante nuevos estímulos.
Imaginemos que me llaman para decirme que se produjo un robo en mi oficina, y luego se comprueba que nada grave sucedió. En el caso de una falsa alarma, la adrenalina que ya entró en circulación tardará varias horas en metabolizarse y eliminarse. Esto produce un período prolongado de ansiedad y excitación que concluye en un estado de gran agotamiento.
A su vez, no solo el organismo sino una organización pueden hacerse adictos a la adrenalina, y únicamente ser capaces de reaccionar ante la emergencia. Cuando les falta, se sienten deprimidos y desganados, sin ilusión ni expectativas.
La tragedia que se desencadena finalmente es que los miembros de un equipo comienzan a generar emergencias artificiales, para sentir la euforia que les produce la adrenalina.
Ya no saben trabajar en paz. Generan crisis y conflictos, y viven en estado de tensión permanente. En ese clima, la creatividad es aniquilada, la red se fragmenta. Y debido al agotamiento físico y mental, la gente termina el día destruida.
La calidad de su trabajo se resiente, pero también su vida familiar y social, y su salud física y mental. Ya no tienen resto para capacitarse profesionalmente y menos aún para el desarrollo personal.